lunes, 9 de enero de 2017

CONSTANZA

Escuché alguna vez a alguien decir que cuando muere un bebé, se pierden los colores, todo se vuelve gris.  Hoy, a 2 años de la muerte de mi hija, Constanza, comprendo perfectamente esa metáfora.  Pero difiero en algo, no se pierden los colores, los colores siguen estando.  Se pierde nuestra capacidad para reaccionar y sorprendernos ante esos colores.  Cuesta mirar un paisaje, alegrarse por cosas lindas que siguen pasando, disfrutar de un momento de risas…Todo cuesta porque se perdió lo más hermoso que existe en la vida.  Entonces todas las otras bellezas que nos rodean pasan a ser insignificantes.

Tuve que reconstruir pedazo por pedazo mi alma destruida por la muerte de mi Constanza.

Sin embargo, a pesar de sentir que para mí se perdieron la belleza y los sueños, el amor me siguió atando a esta vida.  El amor de mi otra hija, Amparo, y el recuerdo de mi bebita, que si bien no la vi, ya la conocía.  Y la conocía más que nadie en este mundo.

El amor que me invadió el pecho aumentaron la nostalgia por la ausencia de mi bebita, pero me colmó  de orgullo.  Un orgullo que no sé explicar, que quizás se pueda entender si digo que a pesar del dolor por su muerte, bendigo que Constanza haya existido, y que yo sea su mamá.  Agradezco que ella haya pasado por mi vida.  En esos momentos no importa el dolor, porque el amor es mucho más fuerte.
  El dolor hace que la vida sea más intensa, a pesar de haber perdido la belleza y los sueños.

No hay consuelo, claro que no lo hay; pero sí existe una caricia para el alma.  Esa caricia ayuda a seguir viviendo.  A tener esperanzas de poder cargar esta cruz el resto del camino que me queda por delante.  Esa caricia al alma es mi hija Amparo

Por eso me volví una persona exigente.  Ya no quiero entregas a medias, no quiero cariños leves, no quiero amigos fugaces, no quiero mentiras piadosas ni mucho menos lealtades débiles.  Constanza me enseñó que todo debe darse con intensidad.  Que las medias tintas no deben existir.  Que si se ama, se debe amar con toda el alma; que si se ayuda, se debe dejar todo; que si se acompaña, se debe estar presente en cuerpo y alma; que si se pierde la confianza, se debe cerrar esa puerta. Y Amparo me enseñó la fortaleza, el amor infinito y empuje para seguir adelante

Constanza marcó un antes y un después en mi vida.  Ya no soy la misma.  Pero tampoco quiero volver a serlo.  Porque sería retroceder a vivir la vida de aquella Romina sin Constanza y Amparo. La vida de Romina, mamá de Constanza y Amparo , es diferente.  Está sacudida por el dolor más insoportable que pueda existir, pero está resignificada.  Está reforzada.  Está colmada de mucho amor, de un amor que me sensibiliza y me hace ser mejor persona.  Ser la mamá de Constanza y Amparo es lo más hermoso que pudo pasarme en la vida, porque me convirtió, me cambió, me purificó, me colmó.

Reniego de la muerte de mi chiquita, pero bendigo su existencia. Y doy gracias por la hija hermosa que dejó a mi lado para llenarme de amor. Nada puede calmar el dolor de una mamá que pierde a su bebé.  Nada. Ni siquiera otro hijo.  Pero mi Amparo, me devolvió las ganas de seguir, verla luchar por su vida me fortaleció el alma. El amor de Amparito no quita peso a mi cruz, pero me da fuerzas para soportarlo e impulso para seguir caminando.

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