lunes, 9 de enero de 2017

Si, se puede...

"Bien sabemos, y nos hemos cansado de oír, que sólo una madre entiende lo que es ser madre. Bueno, ahora que formo parte de ese grupo selecto puedo decir: madres, no lo saben todo. Sólo una madre que después de parir debe volver a la casa sin su hijo es capaz de comprender esa mezcla ambigua de felicidad y dolor. Pero no así de fácil como suena. No es solo “felicidad y dolor”. Es la felicidad más feliz y el dolor más doloroso. Es vivir simultáneamente el mejor momento de tu vida y el más desgarrador que jamás habías imaginado. No hay momento ni lugar para la depresión post parto. Del quirófano a la neo. Calmantes para los dolores. Habitación. Faja. Neo. Desfile de parientes y amigos a quienes no podes mostrarles tu hija. En nuestra estadía, me sentí más cercana a cualquier otra madre de allí que a ninguna otra persona. Y supe quienes eran las verdaderas amistades y la familia que valía la pena.
El día que nos dan el alta a nosotras y tenemos que dejar internados a nuestros hijos vivimos la noche más larga. No podemos hacernos una carpita ahí, porque no hay donde enganchar las estacas (todas lo evaluamos). Y porque si no descansas bien, mami, la leche no sale. Entonces en algún momento te vas, la mirás cien veces, le tiras besitos, le tocás la mejilla, le hablás para que reconozca tu voz. Para que sepa que la madre sos vos y no la enfermera. Para que sepa que no siempre que la van tocar es con fines médicos. Pero tarde o temprano llega el momento de ir a casa. Las enfermeras te dan toda la confianza, contención y apoyo, y sabés que está en el mejor lugar en dónde podría estar, pero no alcanza. Y sabés también que la que está poniendo el cuerpo es ella, no vos. Ella, tan chiquitita y tan valiente. Te das cuenta que antes de todo esto no tenías ni idea lo que era la angustia; pero es necesario reinventarse después de cada llanto, para volver temprano al otro día con una sonrisa y canciones para cantar. Porque si hay algo valioso que podemos hacer es parar de llorar, darles nuestra leche y nuestra energía.Y tener paciencia, porque nosotras también somos madres prematuras. Pasar horas en el lactario estimulando esa leche que no sale porque todavía no era la hora de salir. Admiro infinitamente a todas esas madres de neo, a las que llegaron después que yo y se fueron antes, y a las que están hace meses y aún siguen allí dando pelea. Parieron guerreros prodigios que tuvieron que aprender afuera los instintos con los que deberían haber nacido. Ni dios, ni la virgen, ni buda: seres humanos, solo madrazas, un gran cuerpo médico, doctores utópicos y enfermeras con vocación. La internación se transforma en un mundo muy íntimo, casi como el propio vientre materno del cuál nuestros hijos salieron antes de tiempo. Sabés, con solo mirar a otra de las madres, cuándo es un día para charlar, y cuándo es un día para estar en silencio. No tenés ni puta idea que día es hoy, pero sabés que Luciana es la mama de Ernestina, que Daiana la de Lázaro, que Vale la de Luana y Ailen, y así. No tenes ganas ni de pensar en navidad y año nuevo, pero sabes preguntar si Lourdes ya aprendió a succionar, si comió con sonda ayer o si Facundo ya pudo regular temperatura y lo pasaron a cuna. Toda esa energía que te falta para contestar los mensajes del celular, para pasarle el parte diario hasta a los más íntimos, toda esa energía se transforma y vuelve ni bien ponés un pie en la neo y hay que apagar el teléfono. Es extraño pero, aún cuando puedas no tener ganas de hablar con los más amados, el diálogo con las otras madres de neo fluye. No sé de dónde pero sacas una sonrisa para la que hoy vino angustiada, no sé de dónde pero escuchás con atención a la que hoy necesita descargarse. Y encima, es mutuo. Porque de repente no tenés más pudor, y un llanto desconsolado puede ser calmado por el abrazo de la más desconocida compañera de sala. Todavía recuerdo cuando rompí en llanto en aquel pasillo de neo y esas mamás supieron darme consuelo y comprensión. Quiso esta vida caprichosa darme 2 hijas, que nacieran antes de tiempo, quiso darme una hija angelada y con alas que se fue volando al cielo, quiso ponerme a prueba y darme esta experiencia, que yo tuviera la mejor hija del mundo, mi valiente, mi guerrera. Quiso darme a mi y a otras tantas mamis la oportunidad de ver cómo diminutos pequeños se hacen paso a la vida como verdaderos héroes y heroínas. Así cómo lo hizo Amparo que Hoy es una niña sana y feliz. Sí, se puede!"

Romina (mamá de Amparo)

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