GRACIAS Violeta Alcocer por el presente artículo
Son diversos los caminos por lo que una mujer llega a tomar la decisión de tener
un hijo de un donante anónimo.
En realidad, muchas de las dificultades
que se va a encontrar una mujer que por decisión propia concibe un hijo sin
figura paterna (es decir, mediante inseminación de un donante anónimo), son las
comunes a muchas otras madres, padres o parejas con hijos, ya estén juntos o
separados, pues son dificultades inherentes al desarrollo del niño y a los
cambios que conlleva la crianza.
Otras dificultades van a ser las mismas
que tienen las mujeres que viven solas con sus hijos tras una separación, e
incluso algunas mujeres que viven en pareja pero de forma disfuncional.
Quiero decir que hay algunos elementos, conflictos y dificultades que no
son exclusivos de esta situación sino que son comunes a la crianza, aunque la
forma de abordarlos sí puede ser distinta porque hay que tener en cuenta cada
situación particular.
Sin embargo, sí creo que hay una variable
diferenciadora en esta situación (situación que se deriva de una elección
personal) y es el hecho de que, si bien ha habido un hombre en esta historia, la
figura paterna no existe ni ha existido y que el deseo de tener un hijo no ha
surgido de una relación de pareja.
Esto representa un matiz diferencial
respecto a otras situaciones en las que pueda haber una ausencia de alguien que
sí estuvo presente en algún momento, un duelo, etc…
Tipos de familias-
Partimos de la base de que en la naturaleza humana son necesarios dos
géneros para la reproducción. Casi todas las características fisiológicas del
ser humano tienen una funcionalidad y determinan unas conductas. En el caso del
género, es obvio que el apareamiento (o alguna técnica que lo sustituya) es la
única conducta que garantiza la perpetuación de nuestra especie. Así que cientos
de mecanismos a todos los niveles van a estar funcionando para que tenga lugar
ese apareamiento.
De ahí que la estructura clásica de familia se
constituya en torno a un hombre y una mujer, un macho y una hembra.
Sin
embargo, en nuestra sociedad actual y en el mundo en el que vivimos, los seres
humanos hemos trascendido a nuestros “objetivos biológicos” gracias a la
capacidad de las personas de vincularnos entre nosotras y establecer alianzas
vitales muy variadas y que van más allá del mero afán de procreación.
De
este modo, una familia puede tener diferentes formas, todas ellas resultado de
la combinación de ambos géneros
En realidad, cualquier forma de familia
es válida para tener descendencia, siempre y cuando garantice el correcto
desarrollo del niño y la satisfacción de sus necesidades y derechos a todos los
niveles: físico, emocional, social , etc..
Lo importante no es tanto la
figura masculina o femenina, sino un tipo de crianza que posibilite al niño un
desarrollo adecuado a cada edad, de la mano de una o varias figuras de
apego.
Por eso, sea cual sea nuestro tipo de familia, tenemos que
intentar garantizar al niño los recursos para que pueda desarrollarse de forma
óptima. Y esa garantía se la podemos ofrecer desde cualquier estructura
familiar, siempre y cuando conozcamos cómo tiene lugar ese desarrollo y qué
necesidades nos vamos a encontrar.
El bebé humano y el niño humano tienen
unas necesidades y unos hitos de desarrollo que son comunes a toda nuestra
especie , independientemente de cómo hayan sido concebidos o del tipo de familia
que tengan. Estamos hablando de necesidades universales del bebé humano y de
hitos del desarrollo universales del niño humano.
En general, las
dificultades que nos vamos a encontrar en los primeros años de crianza en este
tipo de familia, van a tener que ver con la necesidad del niño de formarse una
idea sobre su origen y más adelante, la necesidad de superación de la etapa
puerperal y el paso de la relación fusional a una relación mediada por
separaciones y encuentros.
Estas dificultades se van a ver entonces:
-A la hora de pensar y explicar el origen de nuestro hijo.
-Al
finalizar el puerperio, en el momento en que nuestro hijo comienza a construir
su identidad como ser separado de nosotras.
El donante- Los
orígenes.
Lo primero que vamos a hacer es pensar en esta situación, es
decir la forma en la que nuestro hijo ha sido concebido, lo que nos llevó a
desear concebirlo de esa manera. Es importante pensar en ello porque es a partir
de ahí desde donde vamos a ir construyendo una historia personal, un concepto,
una forma de entender nuestras decisiones que antes o después nuestro hijo va a
necesitar conocer.
El punto de partida individual previo a la concepción
es muy importante porque va a determinar la relación personal que nosotras vamos
a tener con esa figura anónima.
Ese otro nunca puede ser inexistente
porque sería faltar a la verdad. Pero tampoco es una figura paterna. Es una
figura que ha participado para hacer posible la concepción, pero que no ha
tenido implicación emocional en la misma salvo la generosidad de donar su código
genético para hacer realidad nuestro deseo de tener un hijo.
En realidad,
al ser anónima, la figura del donante se presta a tener mil caras, tantas como
nosotras podamos “colocarle” inconscientemente, generando muchas ambivalencias
que no siempre vamos a saber resolver bien y que nos pueden llegar a inquietar.
Es importante trabajar esta figura desde “una misma”, porque ese trabajo
le va a dar a la madre un discurso respecto a sus que es muy importante.
Cómo resolver las preguntas de nuestros hijos sobre sus orígenes.-
A los niños hay que decirles la verdad. Pero a veces, la verdad tiene
muchos matices, y este es uno de esos casos. Porque la palabra “papá” o “padre”
va a estar significando, en ocasiones, cosas diferentes para nosotras y para un
niño. Va a depender de su edad y su capacidad de simbolizar y comprender
conceptos abstractos.
En un momento determinado, el niño va a empezar a
intentar construir su identidad .Y en ese momento, el niño se va a preguntar de
dónde viene de él, de quiénes viene y de qué manera.
Nuestra respuesta va
a depender del momento evolutivo del niño y de lo que el niño necesita saber
exactamente. Tenemos que intentar averiguar qué nos está preguntando nuestro
hijo cuando nos pregunta por “papá”.
-Puede que lo que necesite saber es
si hubo alguien más de mamá que participó del alguna manera en su venida al
mundo.
-Puede que quiera saber si ese alguien es un hombre y cómo es ese
hombre.
-Puede que quiera fantasear con el rostro de ese otro.
-Puede que
quiera saber si tiene más hijos.
-Puede que quiera saber por qué no
está.
-Puede que quiera saber si él puede establecer vínculos con otras
personas además de su mamá.
Hasta los cinco-seis años aproximadamente no
está instalada la función simbólica en su totalidad. Hasta ese momento, el niño
tiende a pensar en “imágenes concretas”, es decir, que para simbolizar (para
representarse mentalmente algo que no está presente, un concepto, etc..) tiene
que hacerlo remitiéndose a lo concreto, así que tenemos que proporcionarle la
posibilidad de imaginar a alguien “concreto” para poder elaborar desde él esa
figura.
Puede que necesite imaginarse a una persona con algunas
características conocidas (la barba del tío Antonio, la estatura del papá de mi
amigo, la sonrisa del abuelo) para poder “pensar” en esa figura de alguna
manera.
Según va teniendo lugar el desarrollo cognitivo, el niño va a
poder ir manejándose con conceptos más abstractos y elaborar sus vivencias y sus
preguntas sobre sí mismo y su realidad desde un tipo de pensamiento más
evolucionado.
De la díada al nacimiento del yo.-
El largo
puerperio.- Los dos primeros años.
El puerperio es la etapa que se sucede
al parto. Esta etapa tiene unas características propias, únicas en la vida de
las mujeres y que sólo pueden tener lugar, en toda su magnitud emocional y
fisiológica, tras un alumbramiento. Durante el puerperio, todo el organismo de
la madre la predispone a integrarse en y con el funcionamiento físico y mental
del recién nacido.
Este estado que llamamos puerperio es evidente en los
momentos y meses inmediatamente posteriores al parto, pero se alarga hasta el
momento en que el bebé es capaz de percibirse a sí mismo como una persona
separada de la madre, es decir en torno a los dos años (meses arriba, meses
abajo).
Desde que nace y hasta ese momento en torno a los dos años (insisto,
meses arriba, meses abajo) , el bebé “existe” , es decir, “es” gracias al
ingreso y la participación del territorio emocional de un otro, idealmente su
madre.
Hasta ese momento, el hecho de que el bebé no tenga aún una noción
concreta del “yo”, mantiene a la madre prendida en la entrega puerperal:
asumiéndose a sí misma como un universo entero para su hijo, ofreciéndole su
estructura y su capacidad integradora y difícilmente conectada con nada que
quede fuera de esa relación o que no pase a través de la misma.
Al igual que
el bebé comprende el mundo a través de la madre, ella conecta con lo real a
través del hijo que aún está prendido de ella.
Si todo va bien, es decir si
el bebé crece con una participación real en el campo emocional materno si cuenta
con una madre continente y empática, alrededor de los dos años sucederá uno de
los hechos a mi entender más mágicos de la vida psiquica del ser humano, que es
el nacimiento del “yo”.
Es el momento en el que de forma natural el bebé
comienza a tener una noción del sí mismo, empieza a tener una noción de
identidad y una necesidad de establecer vínculos sólidos con otras personas que
no sean la madre.
Pero para poder separarse de la madre para crecer (sin
sentir que la abandona), el niño necesita, al mismo tiempo, que la madre sea
capaz de vincularse también con otras personas además del hijo.
Y es en ese
momento cuando los hilos invisibles que unían a madre e hijo se transforman.
Es fácil saber cuando sucede este cambio, porque por lo general los pequeños
se abren al mundo espontáneamente, como flores, buscando y permitiendo el
establecimiento de nuevas relaciones y experiencias fuera del ámbito materno.
Este momento, de cambio a niveles muy profundos en el niño (no en vano es la
etapa de las rabietas), requiere y exige de nuevo un ajuste por parte de la
madre, que se enfrenta a nuevos retos.
Por una parte, la madre experimenta un
retorno (paulatino) a lo real. Como si despertara de un sueño, terminara un
largo viaje, concluyera una etapa… las gotas de lo real van cayendo sobre ella e
invitándola a volver la mirada hacia algunos aspectos de su mundo, su
existencia, que hasta ahora permanecían casi dormidos:
- La soledad (esa que
es intrinseca a la existencia), pues así como aprendimos a tolerar que otro ser
humano (nuestro hijo) anidara en nuestro cuerpo primero y después en nuestra
emoción… deberemos aprender a dejarle volar cuando lo necesite y comprender que
puede amar, recibir y darse también a otras personas que no somos nosotros.
- A sus deseos y necesidades hasta ahora en un segundo plano y ahora quizá
dolorosamente más conscientes. Se impone la búsqueda de un nuevo equilibrio,
entre el deseo propio que renace y el niño que tenemos (con sus nuevas
necesidades de nosotras) de nuevos códigos, nuevos compromisos. A veces, en este
momento aflora de nuevo el deseo de otro hijo.
Se inaugura, en definitiva,
una nueva manera de “estar” con ese bebé que ahora va camino de ser niño y al
tiempo, una nueva manera de estar con una misma , un nuevo lugar en el
mundo.
Salir de la díada.
Uno de los primeros problemas que nos
vamos a encontrar en la crianza con nuestros hijos va a ser en torno a esta
salida del puerperio.
Es la primera vez en la vida del bebé en la que
las separaciones físicas pueden ser beneficiosas para ambos, porque ese bebé ya
existe de forma emocionalmente independiente de la madre y puede tolerar su
ausencia porque puede vincularse “desde él” a otras personas, enriquecerse de
ese intercambio y volver luego a la madre más nutrido, con nuevas experiencias,
elecciones personales, etc..
Por lo general, es la figura paterna (o la
pareja) la que favorece y permite que tenga lugar esa nueva dinámica en la
relación pasando de la díada a la tríada. La madre vuelve a recuperar la
relación con la pareja y el bebé puede inaugurar un vínculo con el padre más
sólido. Así cambia totalmente la dinámica de la familia.
Cuando no hay
figura paterna (o cuando la pareja se ha separado demasiado durante los primeros
años de crianza), salir de este funcionamiento de “dos fusionados” es más
difícil, a menos que la madre sea consciente de la necesidad de permitir la
participación de otros en la vida del hijo y en la suya.
Pero ojo, esto
no significa que tenga que haber interferencias entre ambos, madre e hijo ni que
su relación y sus vínculos pierdan calidad o fuerza. Esto lo que significa es
que madre e hijo tendrían que ir compartiéndose a sí mismos con otras personas
según van madurando en su relación. Aceptando la inclusión de otros en la vida
de la madre o en la vida del hijo.
A veces, a estas edades las
preguntas, los juegos y necesidades de los niños en torno al padre se refieren
más a la posibilidad de pertenecer o tener que ver también con otro (u otros)
que no sea mamá que a la necesidad de tener un padre real.
Si no
establecemos una forma nueva de vincularnos con nuestros hijos, es decir si no
permitimos que entre nadie más en nuestra vida emocional ni en la vida de
nuestros hijos, permanecemos en un intercambio emocional en el que al no haber
otro, nos poseemos mutuamente al 100%.
Este “estar referidos el uno al
otro constantemente”:
Para nosotras significa que:
-Cubrimos todas
nuestras necesidades emocionales con el amor de nuestro hijo y a través del rol
materno.
-Convertimos a nuestro hijo en la persona responsable de cubrir
esas necesidades.
Para el niño significa que:
-Se siente
responsable del bienestar emocional materno.
-No se permite a sí mismo
separarse o desarrollar su propia identidad a través de las relaciones con
otros, porque percibe que la está traicionando.
-Permanece identificado con
la madre y desarrollándose “para ella” , no por él mismo.
Por eso, la
dificultad quizá más importante que podemos encontrarnos cuando llega este
momento no es tanto el hecho de que no haya una figura masculina, sino el hecho
de que no tengamos otros referentes emocionales salvo nosotros
mismos.
Desde la omnipotencia (yo sóla puedo con todo y se lo puedo dar
todo a mi hijo) es imposible vivir y menos aún criar a un hijo y ofrecerle una
relación emocional sana y unos vínculos sanos.
Desde el punto de vista
educativo, no hay ninguna diferencia entre este tipo de familia y cualquier
otra, pero nos vamos a encontrar una serie de situaciones en las que vamos a
echar de menos la existencia de un otro, sobre todo a partir de los dos años de
edad porque es el momento en el que vamos a empezar a tener más conflictos con
nuestros hijos.
Echaremos en falta un “alguien más” :
-Para
poner en común puntos de vista sobre la educación y la crianza, contrastar
opiniones, tomar decisiones, etc..
-Para apoyarnos/descansar en la relación
con nuestro hijo.
-Para tomar el relevo cuando hay conflictos.
-Soporte
emocional.
-Apoyo logístico.
-Separador emocional.
En el resto de
aspectos educativos: la gestión de los límites, el acompañamiento emocional del
niño, autonomía, autoestima, cooperación en casa, etc… las recomendaciones son
las mismas que para cualquier otro tipo de familia.
Cómo incluir a
otros en nuestra vida.
-A través de la familia extensa.
-A través de
la red social.
-A través de la pareja.
-Aumentando la familia.
-Intereses personales, aficiones, proyectos nuevos que nos hagan
vibrar.
Violeta Alcocer
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