domingo, 22 de enero de 2012

Criar sin padre

GRACIAS  Violeta Alcocer por el presente artículo

Son diversos los caminos por lo que una mujer llega a tomar la decisión de tener un hijo de un donante anónimo.

En realidad, muchas de las dificultades que se va a encontrar una mujer que por decisión propia concibe un hijo sin figura paterna (es decir, mediante inseminación de un donante anónimo), son las comunes a muchas otras madres, padres o parejas con hijos, ya estén juntos o separados, pues son dificultades inherentes al desarrollo del niño y a los cambios que conlleva la crianza.

Otras dificultades van a ser las mismas que tienen las mujeres que viven solas con sus hijos tras una separación, e incluso algunas mujeres que viven en pareja pero de forma disfuncional.

Quiero decir que hay algunos elementos, conflictos y dificultades que no son exclusivos de esta situación sino que son comunes a la crianza, aunque la forma de abordarlos sí puede ser distinta porque hay que tener en cuenta cada situación particular.

Sin embargo, sí creo que hay una variable diferenciadora en esta situación (situación que se deriva de una elección personal) y es el hecho de que, si bien ha habido un hombre en esta historia, la figura paterna no existe ni ha existido y que el deseo de tener un hijo no ha surgido de una relación de pareja.

Esto representa un matiz diferencial respecto a otras situaciones en las que pueda haber una ausencia de alguien que sí estuvo presente en algún momento, un duelo, etc…

Tipos de familias-

Partimos de la base de que en la naturaleza humana son necesarios dos géneros para la reproducción. Casi todas las características fisiológicas del ser humano tienen una funcionalidad y determinan unas conductas. En el caso del género, es obvio que el apareamiento (o alguna técnica que lo sustituya) es la única conducta que garantiza la perpetuación de nuestra especie. Así que cientos de mecanismos a todos los niveles van a estar funcionando para que tenga lugar ese apareamiento.

De ahí que la estructura clásica de familia se constituya en torno a un hombre y una mujer, un macho y una hembra.

Sin embargo, en nuestra sociedad actual y en el mundo en el que vivimos, los seres humanos hemos trascendido a nuestros “objetivos biológicos” gracias a la capacidad de las personas de vincularnos entre nosotras y establecer alianzas vitales muy variadas y que van más allá del mero afán de procreación.

De este modo, una familia puede tener diferentes formas, todas ellas resultado de la combinación de ambos géneros

En realidad, cualquier forma de familia es válida para tener descendencia, siempre y cuando garantice el correcto desarrollo del niño y la satisfacción de sus necesidades y derechos a todos los niveles: físico, emocional, social , etc..

Lo importante no es tanto la figura masculina o femenina, sino un tipo de crianza que posibilite al niño un desarrollo adecuado a cada edad, de la mano de una o varias figuras de apego.

Por eso, sea cual sea nuestro tipo de familia, tenemos que intentar garantizar al niño los recursos para que pueda desarrollarse de forma óptima. Y esa garantía se la podemos ofrecer desde cualquier estructura familiar, siempre y cuando conozcamos cómo tiene lugar ese desarrollo y qué necesidades nos vamos a encontrar.

El bebé humano y el niño humano tienen unas necesidades y unos hitos de desarrollo que son comunes a toda nuestra especie , independientemente de cómo hayan sido concebidos o del tipo de familia que tengan. Estamos hablando de necesidades universales del bebé humano y de hitos del desarrollo universales del niño humano.

En general, las dificultades que nos vamos a encontrar en los primeros años de crianza en este tipo de familia, van a tener que ver con la necesidad del niño de formarse una idea sobre su origen y más adelante, la necesidad de superación de la etapa puerperal y el paso de la relación fusional a una relación mediada por separaciones y encuentros.

Estas dificultades se van a ver entonces:

-A la hora de pensar y explicar el origen de nuestro hijo.
-Al finalizar el puerperio, en el momento en que nuestro hijo comienza a construir su identidad como ser separado de nosotras.

El donante- Los orígenes.

Lo primero que vamos a hacer es pensar en esta situación, es decir la forma en la que nuestro hijo ha sido concebido, lo que nos llevó a desear concebirlo de esa manera. Es importante pensar en ello porque es a partir de ahí desde donde vamos a ir construyendo una historia personal, un concepto, una forma de entender nuestras decisiones que antes o después nuestro hijo va a necesitar conocer.

El punto de partida individual previo a la concepción es muy importante porque va a determinar la relación personal que nosotras vamos a tener con esa figura anónima.

Ese otro nunca puede ser inexistente porque sería faltar a la verdad. Pero tampoco es una figura paterna. Es una figura que ha participado para hacer posible la concepción, pero que no ha tenido implicación emocional en la misma salvo la generosidad de donar su código genético para hacer realidad nuestro deseo de tener un hijo.

En realidad, al ser anónima, la figura del donante se presta a tener mil caras, tantas como nosotras podamos “colocarle” inconscientemente, generando muchas ambivalencias que no siempre vamos a saber resolver bien y que nos pueden llegar a inquietar.

Es importante trabajar esta figura desde “una misma”, porque ese trabajo le va a dar a la madre un discurso respecto a sus que es muy importante.

Cómo resolver las preguntas de nuestros hijos sobre sus orígenes.-

A los niños hay que decirles la verdad. Pero a veces, la verdad tiene muchos matices, y este es uno de esos casos. Porque la palabra “papá” o “padre” va a estar significando, en ocasiones, cosas diferentes para nosotras y para un niño. Va a depender de su edad y su capacidad de simbolizar y comprender conceptos abstractos.

En un momento determinado, el niño va a empezar a intentar construir su identidad .Y en ese momento, el niño se va a preguntar de dónde viene de él, de quiénes viene y de qué manera.

Nuestra respuesta va a depender del momento evolutivo del niño y de lo que el niño necesita saber exactamente. Tenemos que intentar averiguar qué nos está preguntando nuestro hijo cuando nos pregunta por “papá”.

-Puede que lo que necesite saber es si hubo alguien más de mamá que participó del alguna manera en su venida al mundo.
-Puede que quiera saber si ese alguien es un hombre y cómo es ese hombre.
-Puede que quiera fantasear con el rostro de ese otro.
-Puede que quiera saber si tiene más hijos.
-Puede que quiera saber por qué no está.
-Puede que quiera saber si él puede establecer vínculos con otras personas además de su mamá.

Hasta los cinco-seis años aproximadamente no está instalada la función simbólica en su totalidad. Hasta ese momento, el niño tiende a pensar en “imágenes concretas”, es decir, que para simbolizar (para representarse mentalmente algo que no está presente, un concepto, etc..) tiene que hacerlo remitiéndose a lo concreto, así que tenemos que proporcionarle la posibilidad de imaginar a alguien “concreto” para poder elaborar desde él esa figura.

Puede que necesite imaginarse a una persona con algunas características conocidas (la barba del tío Antonio, la estatura del papá de mi amigo, la sonrisa del abuelo) para poder “pensar” en esa figura de alguna manera.

Según va teniendo lugar el desarrollo cognitivo, el niño va a poder ir manejándose con conceptos más abstractos y elaborar sus vivencias y sus preguntas sobre sí mismo y su realidad desde un tipo de pensamiento más evolucionado.

De la díada al nacimiento del yo.-
El largo puerperio.- Los dos primeros años.

El puerperio es la etapa que se sucede al parto. Esta etapa tiene unas características propias, únicas en la vida de las mujeres y que sólo pueden tener lugar, en toda su magnitud emocional y fisiológica, tras un alumbramiento. Durante el puerperio, todo el organismo de la madre la predispone a integrarse en y con el funcionamiento físico y mental del recién nacido.
Este estado que llamamos puerperio es evidente en los momentos y meses inmediatamente posteriores al parto, pero se alarga hasta el momento en que el bebé es capaz de percibirse a sí mismo como una persona separada de la madre, es decir en torno a los dos años (meses arriba, meses abajo).
Desde que nace y hasta ese momento en torno a los dos años (insisto, meses arriba, meses abajo) , el bebé “existe” , es decir, “es” gracias al ingreso y la participación del territorio emocional de un otro, idealmente su madre.
Hasta ese momento, el hecho de que el bebé no tenga aún una noción concreta del “yo”, mantiene a la madre prendida en la entrega puerperal: asumiéndose a sí misma como un universo entero para su hijo, ofreciéndole su estructura y su capacidad integradora y difícilmente conectada con nada que quede fuera de esa relación o que no pase a través de la misma.
Al igual que el bebé comprende el mundo a través de la madre, ella conecta con lo real a través del hijo que aún está prendido de ella.
Si todo va bien, es decir si el bebé crece con una participación real en el campo emocional materno si cuenta con una madre continente y empática, alrededor de los dos años sucederá uno de los hechos a mi entender más mágicos de la vida psiquica del ser humano, que es el nacimiento del “yo”.
Es el momento en el que de forma natural el bebé comienza a tener una noción del sí mismo, empieza a tener una noción de identidad y una necesidad de establecer vínculos sólidos con otras personas que no sean la madre.

Pero para poder separarse de la madre para crecer (sin sentir que la abandona), el niño necesita, al mismo tiempo, que la madre sea capaz de vincularse también con otras personas además del hijo.
Y es en ese momento cuando los hilos invisibles que unían a madre e hijo se transforman.
Es fácil saber cuando sucede este cambio, porque por lo general los pequeños se abren al mundo espontáneamente, como flores, buscando y permitiendo el establecimiento de nuevas relaciones y experiencias fuera del ámbito materno.
Este momento, de cambio a niveles muy profundos en el niño (no en vano es la etapa de las rabietas), requiere y exige de nuevo un ajuste por parte de la madre, que se enfrenta a nuevos retos.
Por una parte, la madre experimenta un retorno (paulatino) a lo real. Como si despertara de un sueño, terminara un largo viaje, concluyera una etapa… las gotas de lo real van cayendo sobre ella e invitándola a volver la mirada hacia algunos aspectos de su mundo, su existencia, que hasta ahora permanecían casi dormidos:
- La soledad (esa que es intrinseca a la existencia), pues así como aprendimos a tolerar que otro ser humano (nuestro hijo) anidara en nuestro cuerpo primero y después en nuestra emoción… deberemos aprender a dejarle volar cuando lo necesite y comprender que puede amar, recibir y darse también a otras personas que no somos nosotros.
- A sus deseos y necesidades hasta ahora en un segundo plano y ahora quizá dolorosamente más conscientes. Se impone la búsqueda de un nuevo equilibrio, entre el deseo propio que renace y el niño que tenemos (con sus nuevas necesidades de nosotras) de nuevos códigos, nuevos compromisos. A veces, en este momento aflora de nuevo el deseo de otro hijo.
Se inaugura, en definitiva, una nueva manera de “estar” con ese bebé que ahora va camino de ser niño y al tiempo, una nueva manera de estar con una misma , un nuevo lugar en el mundo.

Salir de la díada.

Uno de los primeros problemas que nos vamos a encontrar en la crianza con nuestros hijos va a ser en torno a esta salida del puerperio.

Es la primera vez en la vida del bebé en la que las separaciones físicas pueden ser beneficiosas para ambos, porque ese bebé ya existe de forma emocionalmente independiente de la madre y puede tolerar su ausencia porque puede vincularse “desde él” a otras personas, enriquecerse de ese intercambio y volver luego a la madre más nutrido, con nuevas experiencias, elecciones personales, etc..

Por lo general, es la figura paterna (o la pareja) la que favorece y permite que tenga lugar esa nueva dinámica en la relación pasando de la díada a la tríada. La madre vuelve a recuperar la relación con la pareja y el bebé puede inaugurar un vínculo con el padre más sólido. Así cambia totalmente la dinámica de la familia.

Cuando no hay figura paterna (o cuando la pareja se ha separado demasiado durante los primeros años de crianza), salir de este funcionamiento de “dos fusionados” es más difícil, a menos que la madre sea consciente de la necesidad de permitir la participación de otros en la vida del hijo y en la suya.

Pero ojo, esto no significa que tenga que haber interferencias entre ambos, madre e hijo ni que su relación y sus vínculos pierdan calidad o fuerza. Esto lo que significa es que madre e hijo tendrían que ir compartiéndose a sí mismos con otras personas según van madurando en su relación. Aceptando la inclusión de otros en la vida de la madre o en la vida del hijo.

A veces, a estas edades las preguntas, los juegos y necesidades de los niños en torno al padre se refieren más a la posibilidad de pertenecer o tener que ver también con otro (u otros) que no sea mamá que a la necesidad de tener un padre real.

Si no establecemos una forma nueva de vincularnos con nuestros hijos, es decir si no permitimos que entre nadie más en nuestra vida emocional ni en la vida de nuestros hijos, permanecemos en un intercambio emocional en el que al no haber otro, nos poseemos mutuamente al 100%.

Este “estar referidos el uno al otro constantemente”:

Para nosotras significa que:
-Cubrimos todas nuestras necesidades emocionales con el amor de nuestro hijo y a través del rol materno.
-Convertimos a nuestro hijo en la persona responsable de cubrir esas necesidades.

Para el niño significa que:

-Se siente responsable del bienestar emocional materno.
-No se permite a sí mismo separarse o desarrollar su propia identidad a través de las relaciones con otros, porque percibe que la está traicionando.
-Permanece identificado con la madre y desarrollándose “para ella” , no por él mismo.

Por eso, la dificultad quizá más importante que podemos encontrarnos cuando llega este momento no es tanto el hecho de que no haya una figura masculina, sino el hecho de que no tengamos otros referentes emocionales salvo nosotros mismos.

Desde la omnipotencia (yo sóla puedo con todo y se lo puedo dar todo a mi hijo) es imposible vivir y menos aún criar a un hijo y ofrecerle una relación emocional sana y unos vínculos sanos.

Desde el punto de vista educativo, no hay ninguna diferencia entre este tipo de familia y cualquier otra, pero nos vamos a encontrar una serie de situaciones en las que vamos a echar de menos la existencia de un otro, sobre todo a partir de los dos años de edad porque es el momento en el que vamos a empezar a tener más conflictos con nuestros hijos.

Echaremos en falta un “alguien más” :

-Para poner en común puntos de vista sobre la educación y la crianza, contrastar opiniones, tomar decisiones, etc..
-Para apoyarnos/descansar en la relación con nuestro hijo.
-Para tomar el relevo cuando hay conflictos.
-Soporte emocional.
-Apoyo logístico.
-Separador emocional.

En el resto de aspectos educativos: la gestión de los límites, el acompañamiento emocional del niño, autonomía, autoestima, cooperación en casa, etc… las recomendaciones son las mismas que para cualquier otro tipo de familia.

Cómo incluir a otros en nuestra vida.

-A través de la familia extensa.
-A través de la red social.
-A través de la pareja.
-Aumentando la familia.
-Intereses personales, aficiones, proyectos nuevos que nos hagan vibrar.

Violeta Alcocer

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